La justicia ecuatoriana
obliga a Chevron a pagar 19 mil millones de dólares. Y la argentina
embarga todos sus bienes. El fin del “juicio del siglo” está más
cerca.
En un proceso inédito en
el mundo, en enero de 2012 la justicia ecuatoriana confirmaba la
sentencia emitida un año antes: la petrolera Chevron-Texaco es
culpable de haber arrojado millones de toneladas de material tóxico
a la selva amazónica y debe pagar una factura de 19,2 mil millones
de dólares, la cifra más alta en la historia de las indemnizaciones
judiciales. Los abogados de los 30.000 indígenas y campesinos que
forman la Asamblea de Afectados por Texaco no tardaron en iniciar los
trámites para cobrar el dinero. Pero no en Ecuador, donde la
compañía estadounidense hace tiempo que retiró sus activos, sino
en Canadá, Brasil, Colombia y Argentina.
Texaco vertió durante 28 años las
aguas de formación, un líquido altamente tóxico extraido junto al
petróleo, directamente a los ríos sin ningún tipo de tratamiento /
Foto: Edu León
Fue en este último país
donde el trámite dio sus primeros resultados. El 7 de noviembre la
justicia argentina decretaba el embargo de todos los activos de la
compañía. Una noticia que no ha gustado especialmente a los
inversores: la novena petrolera más grande del mundo empezaba el mes
de diciembre con fuertes caídas en bolsa. El primer paso para
reparar uno de los mayores vertidos tóxicos de la historia ya está
dado.
El primer barril de petróleo
El 27 de junio de 1972,
el primer barril de petróleo de la Amazonía ecuatoriana llegaba a
Quito, donde era recibido con todos los honores de un jefe de Estado.
Acomodado sobre una almohadilla, encima de un tanque, el cortejo
avanza hasta el templete del Colegio Militar, en medio de un desfile
multitudinario. A los lados de las calles se agolpaban los quiteños
que daban la bienvenida a una nueva “era de prosperidad”, según
la voz nasal del Noticiero Nacional.
Cuarenta años después,
la región desde donde fue extraído el petróleo que llenó aquel
barril es la más pobre de Ecuador. Y la que presenta mayores índices
de cáncer de todo el país. El aire huele a gasolina, la tierra
huele a gasolina, el agua huele a gasolina.
En una cafetería del
centro de Lago Agrio, la capital de esta región petrolera,
Hermenegildo Criollo nos cuenta el primer encuentro con la Texaco.
Criollo había nacido en la comunidad cofán de Dureno. Tiene
suficiente edad para acordarse. Los ríos que rodean la aldea
proporcionaban agua para beber y pesca en abundancia. Los bosques,
animales para cazar y medicinas naturales.
El único pago que
efectuó Texaco por centenares de miles de hectáreas de tierra
fueron tres platos, algo de comida y cuatro cucharas Llegaron con
helicópteros. “Todo el mundo estaba asustado, en nuestra vida
habíamos visto algo así, volando por el aire, y nos escondimos en
la selva”. Era 1964. Texaco empezaba a levantar la infraestructura
del primer pozo, Lago Agrio I. “Fuimos caminando y vimos cinco
hectáreas de bosque talado. Ellos nos llamaron para que nos
acercáramos allí”. En aquellos años no hablaban una palabra de
castellano, cuenta Criollo. Mucho menos de inglés. Les dieron tres
platos, algo de comida y cuatro cucharas. Ése fue el único pago que
recibieron a cambio de centenares de miles de hectáreas.
La Texaco arrojaba los desechos tóxicos
relacionados con la prospección petrolera en piscinas al aire libre.
Cuando llovía las piscinas descargaban el material tóxico en los
ríos. En toda la región hay cerca de mil piscinas como ésta. /
Foto: Edu León
A los pocos días, los
cofanes advirtieron un cambio en el ruido que venía de las máquinas.
La compañía empezaba a perforar. Una mañana en la orilla del río,
muy cerca de la comunidad, apareció una gran mancha negra.
—¿Qué es esto? ¿De
dónde viene?— dijeron en la comunidad. Ni los mayores ni los
chamanes habían visto en sus días un derrame de petróleo.
“Ni sabíamos qué era
el petróleo”, dice Hermenegildo Criollo. Los derrames y los
vertidos tóxicos terminaban fluyendo hacia el río que utilizaban
los cofanes para beber, para bañarse, para regar sus cultivos, donde
bebían los animales. “Movíamos hacia los lados el petróleo y
tomábamos el agua de abajo. No sabíamos que el agua estaba
contaminada”, dice Criollo.
“Y entonces empezaron
los dolores de estómago, los dolores de cabeza. Nos bañábamos en
el río y todo el cuerpo quedaba con sarpullidos. Eran enfermedades
que nunca habíamos visto”. Su primer hijo falleció con seis meses
por problemas de crecimiento. El segundo nació sano, pero las cosas
no tardaron en torcerse. “Cuando tenía tres años, ya podía nadar
y caminar. Yo lo llevé un día al río. Y el niño, mientras se
bañaba, tomó agua contaminada. Cuando llegó a la casa empezó a
vomitar. Terminó vomitando sangre. Antes de 24 horas falleció. Dos
hijos. Desde ahí yo dije ¿qué puedo hacer, cómo podemos
defendernos de las enfermedades que vienen de todos lados?”.
Entre 1964 y 1992, Texaco
derramó 60,5 millones de litros de petróleo y 68 mil millones de
litros de aguas tóxicas en el ecosistema amazónico El caso de la
comunidad de Dureno no era aislado. Cuando Texaco abandonó Ecuador
en 1992, olvidó llevarse 60,5 millones de litros de petróleo que
había derramado en el ecosistema amazónico y 68 mil millones de
litros de aguas tóxicas que había vertido en los ríos. Por no
hablar de los 235 mil millones de pies cúbicos de gas que había
quemado al aire libre. Un desastre ambiental y social solo comparable
con los más grandes de la historia: Chernóbil, el derrame del golfo
de México, Bophal o el Exxon Valdez. Aunque en este caso no se trató
de un accidente, sino de una acción deliberada para ahorrar gastos,
tal como determinó la sentencia del juicio.
Indígenas y colonos
Una de los principales
obstáculos para hacer frente a la Texaco era la desconfianza entre
los dos principales grupos de afectados por la contaminación: los
pueblos indígenas y los colonos, pobladores de la sierra ecuatoriana
que habían llegado a la región en busca de trabajo a medida que la
Texaco ganaba terreno a la selva.
Humberto Piaguaje
pertenece al pueblo secoya. Apenas quedan 445 miembros de su cultura
milenaria, acechada por los vertidos y los cambios forzados en su
forma de vida. “Fue un proceso de construcción bien difícil al
inicio”, dice. Recuerda cuando Luis Yanza, uno de los primeros
líderes de los colonos, empezaba a convocar reuniones: “La gente
decía: 'Chuta, ¿cómo nos vamos a unir con los colonizadores? Si
ellos también vinieron a destruir nuestra selva”. Las orillas del
río, de donde obtenían el agua y la pesca, estaban constantemente
enfangadas de petróleo. Las enfermedades, para las que no tenían
cura, diezmaban la población, ponían al borde de la extinción sus
costumbres, su lengua, sus relatos y creencias.
“Nosotros nos sentíamos
muy solos frente a esto. Pero dijimos: 'no, pues, tenemos que luchar
más allá de todo eso, tenemos que enfrentar uniéndonos todos. A
pesar de haber tantos conflictos, de no conocer la cultura, de hablar
otros idiomas, hicimos el Frente de Defensa de la Amazonía”, dice
Humberto Piaguaje.
Años después, en 2001,
la organización se amplió con la creación de la Asamblea de
Afectados por la Texaco. Hoy Piaguaje ejerce como subcoordinador
legal de esta organización que reúne a 30.000 indígenas y colonos.
El objetivo principal de la Asamblea se convirtió en conseguir a
través de los tribunales justicia y reparación de todo el daño
ambiental y social producido por la Texaco en su 28 años de
actividad petrolera.
“El juicio del siglo”
En 1993, un grupo de
abogados, colonos e indígenas ya habían iniciado una demanda en
Nueva York contra la Texaco. Pero el juicio fue bloqueado
sistemáticamente por el millonario equipo de abogados de la
compañía. El principal argumento de la petrolera era que el juicio
debería realizarse en Ecuador. “Texaco consideraba que acá la
justicia es muy corrupta y podían comprar a los jueces con cualquier
centavo”, explica Alejandra Almeida, de Acción Ecológica. En
2002, la Texaco conseguía su objetivo: el juicio de Nueva York era
trasladado a Ecuador.
“La Texaco no contó
con que la movilización iba a estar vigilante todo el tiempo y eso
iba a presionar a los jueces para que no se puedan vender. En Ecuador
los juicios se ganan en la calle" Pero las cosas no salieron
como esperaba la compañía, dice Almeida: “Ellos no contaron con
que la movilización iba a estar vigilante todo el tiempo y eso iba a
presionar a los jueces para que no se puedan vender. Teniendo ahí
cientos y cientos de indígenas a la puerta de la Corte a ningún
juez se le va a ocurrir hacer alguna barbaridad. En Ecuador los
juicios se ganan en las calles. Con eso no contaba Texaco”. Los
medios de comunicación empezaron a hablar del “juicio del siglo”.
El 23 de junio de 2003 se
inició el proceso contra la Chevron-Texaco en Lago Agrio. Como
ayudante de los abogados que representaban a los 30.000 afectados
figuraba un joven llamado Pablo Fajardo. Había nacido en una familia
humilde de colonos. Estaba a punto de terminar sus estudios de
Derecho a distancia.
Pablo Fajardo empezó a trabajar en el
caso cuando le faltaba un año para terminar la carrera de Derecho.
Poco después se convertía en el principal abogado de los afectados,
enfrentado a un equipo de letrados con décadas de experiencia y un
presupuesto millonario / Foto: Edu León
“Yo estaba asistiendo a
dos abogados de Quito muy prestigiosos. Uno vivía en EE UU, otro en
Quito, pero se enfermó durante el juicio. Y en 2005 me tocó asumir
el juicio a mí. Yo entonces llevaba apenas un año de ser abogado.
Frente a mí estaban ocho abogados de Chevron. El que menos tenía 25
años de experiencia”, cuenta Pablo Fajardo en su despacho de Lago
Agrio. Más de dos habitaciones enteras son necesarias para almacenar
todo el material del juicio: 230.000 hojas que recogen los
testimonios de los afectados, los análisis sobre el terreno y los
datos de 18 años de litigio.
El final de “una guerra de 50 años”
Es difícil imaginar un
juicio más desigual. Desde el inicio del proceso, Chevron ha gastado
más de mil millones de dólares en abogados y peritajes. “Nosotros
hemos tenido que ir rebuscando hasta el último centavo para seguir
en esta batalla. Y no solo esta diferencia es considerable, sino que
ellos tienen recursos para manipular cualquier información, para
comprar Gobiernos, para sobornar a periodistas, tienen dinero
suficiente para manejar el mundo entero”, dice Fajardo.
Estas diferencias y su
inexperiencia como letrado no parecieron ser un obstáculo frente a
los abogados de la Chevron-Texaco. Le respaldaba una evidencia de
contaminación que la propia empresa no se molestó en negar en
ningún momento. A lo sumo, intentó matizar su alcance.
La Texaco acusó a los
afectados de ser un “asociación criminal” dedicada a extorsionar
a la compañía. Luego intentó que el juicio fuera llevado de vuelta
a Estados Unidos. Sin éxito Entre 2003 y 2010, el juicio avanzaba
sin buenas perspectivas para la multinacional. Su equipo de abogados
no dejó de probar ninguna táctica. Primero intentó impugnar el
juicio porque la Asamblea de Afectados era un “asociación
criminal” dedicada a extorsionar a la compañía. Luego intentó
que el juicio volviera a Estados Unidos porque en Ecuador ya no se
daban las condiciones para un proceso justo.
No funcionó. La presión
fuera de los juzgados era constante. Al igual que las marchas a
Quito, apoyadas por grupos ecologistas, la confederación indígena
de la Amazonía y la confederación indígena de todo Ecuador.
También fueron constantes las asambleas masivas, las tomas de la
Procuraduría General de la República y las guardias de vigilancia,
todas las horas del días, todos los días del año, para impedir
contactos indeseados entre los representantes de la empresa y los
jueces.
Una salida colectiva
El 14 de febrero de 2011,
la justicia ecuatoriana por fin emitió un fallo. Y lo repitió en
enero de 2012: Chevron-Texaco era culpable. Debía pagar 19,2 mil
millones de dólares, la indemnización más alta de la historia de
la humanidad. Pero los afectados no pensaban convertirse en
millonarios rodeados de contaminación y miseria. Los 30.000
demandantes determinaron que el dinero no se iba a repartir
individualmente sino de forma colectiva. La mayoría de la
indemnización servirá para la reparación ambiental. El resto, para
hospitales, escuelas, suministro de agua potable y otras inversiones
para el desarrollo de la región.
Ahora sólo falta cobrar
el dinero, algo que no es sencillo, ya que Chevron no tiene activos
en Ecuador. “Tenemos que obligar con la ley a que Chevron pague por
el crimen cometido. Allí donde haya activos de Chevron iremos”,
dice Pablo Fajardo. La justicia argentina ha sido la primera en
acceder al reclamo ecuatoriano. Pero será necesario acudir a más
países para completar la reparación. Canadá, Brasil y Colombia son
algunos de los países donde continuará la lucha por compensar el
daño provocado por la Texaco entre 1964 y 1992.
Independientemente de lo
que ocurra con la indemnización, el juicio ya es “histórico”,
dice Fajardo. Para este abogado, este proceso no sólo afecta a
Chevron, a los demandantes y a la Amazonía. “Lo que está en juego
es todo un sistema empresarial que por décadas ha cometido enormes
crímenes con total impunidad en América Latina, en África, Asia y
en todas partes del mundo. Este juicio puede cambiar las reglas del
juego”, dice.
Pablo Fajardo habla de
una “guerra de casi 50 años” en la Amazonía ecuatoriana. Los
primeros 28 años fueron una “masacre constante” de Texaco, 28
años en los que estuvo “bombardeando con tóxicos” el aire, el
agua, la tierra, la selva. “Los últimos 18 años hemos ido
reaccionando poco a poco y hemos podido enfrentar a este poder real.
Hasta hace pocos años atrás, la gente en Ecuador y en el mundo
pensaba que era imposible que un grupo de indígenas, de campesinos,
de gente pobre, de un país 'tercermundista' pueda enfrentar a una
empresa poderosa como Chevron. Estamos demostrando que es posible y
que se puede hacer, que es posible ir mucho más allá, que se pueden
cambiar las cosas, que no son intocables, que ellos no son
invencibles”.Ecoportal.net
Por Martín Cúneo
17/12/12
Diagonal Global
http://www.diagonalperiodico.net/