La animadversión con que generalmente son recibidas las críticas a la estructura social de las ciudades cuando éstas provienen del ámbito rural, no es sorpresivo, ya que, la capacidad de hacer un parangón, generalmente, está forzosamente desarrollado en el campesino, pues es este, el que ha tenido que emigrar y no así el habitante urbano de nacimiento, ya que ha mirado al campo solo como paseo de fin de semana, vacaciones o simplemente leído en un libro de historia construyendo un pensamiento sobre ideas prestadas de algún autor de antaño.
El párrafo anterior debe haber esculpido algunos ceños fruncidos, pero ese no es el objetivo. Es sabido por todos la necesidad del ser humano de reunirse para poder subsistir, pero esta agrupación se basa en la producción y el intercambio comercial, lo que nos conduce a una reunión de factores productivos, entre los que encontramos la mano de obra, insumos, y capital. Es alrededor de estos que se forja la cultura de una ciudad, y un buen ejemplo es Valparaíso, ciudad portuaria por excelencia, y transversal a todo, encontramos la comunidad virtual, la que también produce, tranza y obtiene una gran rentabilidad, pero las necesidades biológicas del ser humano no son virtuales, ni tampoco los desempleados y cesantes, guardando la distinción macroeconómica entre ambos, siendo estos últimos el adorno permanente que envuelve al polo de desarrollo, al que algunos llaman cinturón de pobreza, y es en este sector donde el ideal conveniente de la ciudad como ente democratizador de la sociedad cae sin remedio.