La toma ubicada en la cima de los cerros Yungay y San Juan de Dios sería una dentro de tantas otras, si la comunidad que se formó allá cinco años atrás no tuviera “la intención y las ganas de hacer algo diferente, alternativo”. Movidos por el mismo afán que en cualquier otra toma del mundo, “tener una casa para vivir”, ellos lo implementan con otra sensabilidad, promoviendo el reciclaje, la permacultura, el buen uso del agua, las energías alternativas...
Por Marion Bastit
Hace cinco años, dos familias decidieron “hacer patría” en el sector Santa Rita, instalando viviendas y consiguiéndose agua y luz. “Empezaron a correr la bola para que otra gente fuera a vivir arriba, y ahora somos unas 35 familias”, cuenta José Fernández, que lleva dos años y medio en carpa, trabajando “entre ocho y diez horas diarias” para construir su casa. “No tenía casa, y es una buena opción de vivir en un lugar bonito, nuevo, con mucho bosque, mucha naturaleza, muchos pájaros...”. “El sustento que nosotros tenemos no lo encontramos en la ciudad”, confirma Roberto, que lleva tres años allá, junto a su mujer Sandra y su hijo Isaac. Aunque su situación todavía no es regularizada, ya que ocupan un terreno que pertenece a los Bienes Nacionales, el comité que constituyeron logró obtener del municipio la instalación de una batea para la basura, que un camión se lleva dos veces a la semana.
Según José, en un lugar tan agreste, expuesto tanto al calor como al frío y al viento, “lo mejor que alguién puede tener es un buen vecino”. Por eso la comunidad pone “una suerte de filtro” para que la gente que venga a instalarse sea “de un buen vivir”. Así, los vecinos se reunen para opinar sobre cada nueva instalación, y ya ocurrió que echaron a algunos vecinos, por problemas de violencia o de alcoholismo. Para mejorar su entorno, el concepto de solidaridad es esencial. Así, hicieron una tocata para juntar plata para instalar una manguera, con la cual sacan agua de un vertiente ubicado quinientos metros más arriba, trabajo en el cual “se necesita la participación de todos”. También están haciendo una plaza, reciclando juegos de fierro regalados por un vecino, y tienen el proyecto de construir una sede. Mientras ya tienen una pequeña biblioteca, tienen el priyecto de hacer una escuela, ya que “muchos niños no van a la escuela”. “Es un gran esfuerzo que hacen”, subraya Roberto, ya que “la escuela queda entre diez y quince cuadras más abajo, y no tienen locomoción”. “En invierno, es tanto el barro que hay que es imposible bajar”, recuerda José. Para financiar estos proyectos, piden la contribución de sus contactos extranjeros, y ya obtuvieron un fondo por parte de la embajada de Alemania para construir un acopio de agua.
“Toda la gente vive de la basura”, que saca del botadero municipal que hay cerca de la toma. “Madera, plástico, cajas, cartón, comida sellada... ¡ Es alucinante la cantidad de comida que botan !” Es que una vez a la semana, los supermercados botan un excedente de material para poder hacer el arqueo. Así, la gente recupera carne sellada - “buena, nueva” subraya José -, comida para perros y gatos, tabaco y cigarrillos rotos... Sandra también aprovecha la fruta que bota los supermercados para hacer mermelada. “Queda exquisita”, asegura ella.
También es el vertedero que proporciona la gran mayoría del material de construcción. Así, Jocelyne se hizó una casa con puras latas de otras constucciones, mientras el piso de otra casa es hecho con tableros. En cuanto a José, hizó su piso con madera de palettes que desarmó, mientras las paredes del primer piso son hechas de puertas y ventanas. Otro vecino eligió construir su vivienda con una técnica llamada “quincha”, que mezcla madera de eucalipto y barro, mientras nelson compró cascotes para armar su piso. Para la aislación, Andrea colocó cajas de leche abiertas del lado interior de las paredes de su casa. Roberto cortó tubos de plástico que rellenó con tierra para aislar el piso de tablas de la humedad del suelo. También aprovechan la madera de los eucaliptos, que abundan en este sector. Mientras las barras, una vez peladas para evitar la proliferación de los insectos, sirven como vigas o postes de luz, la corteza permite amarrar las ramas y hojas para botarlas. En efecto, el eucalipto tiene mucha carga de aceite, por lo que “le cuesta mucho descomponerse”, y no permite hacer compostaje. “Las hojas, cuando son secas, prenden muy rápido, es un buen combustible”, asegura José, que las ocupa para hacer fuego, recordando el permanente riesgo de incendio en esta zona. Roberto y Sandra tienen toda una muralla hecha de tapas de eucalipto “que nadie ocupaba porque son muy delgaditas”, y que completaron con nylon adentro y latas afuera para aislar del viento y de la lluvia. Las rejas de las casas también son recicladas, algunas son hechas de palettes, otras con la parte metálica de colchones, con el armazón de una cama, con tapas de eucalipto... “El reciclaje es un trabajo que necesita mucha imaginación, mucha fuerza y mucha unión”, resume Sandra, que está recogiendo botellas plásticas en toda la comunidad para armar un techo que deje entrar la luz.
Además, pocos son los que tienen un trabajo estable, muchos viviendo de la artesanía y del reciclaje. Así, Roberto y Sandra venden latas que cortan, cobre que pelan y piezas metálicas provenientes de motores que desarman a una fundición, y bolsas de greda que limpian para servir de abono. Dentro de la comunidad, también funciona una suerte de trueque : “con el burro, uno acarrea palitos, y la gente le da cositas para comer, o una monedita”, explica Roberto. “Pero la mayoría de las cosas para comer hay que comprarlas”, reconoce Sandra, como la harina con la cual hacen pan y empanadas gracias al horno de barro que construyeron con tambores. Aunque tienen el gas, privilegian la madera de eucalipto, ocupando “tres gas al año”, según Roberto.
“El agua es un tremendo problema, porque es una necesidad vital”, recuerda José. Almacenan el agua en dos fuentes de 1000 litros cada una, que Roberto reparte con su burro entre veinte familias, tres al día, cada familia recibiendo 600 litros a la semana. En estas condiciones, hay que ahorrarla ; mientras Sandra trata de no ensuciar demasiada ropa, José se baña cada tres días. Además, reusan el agua : “cuando lavamos la loza, el agua va para regar las plantas ; cuando nos bañamos, tratamos de hacer el barro ; cuando lavamos la ropa, el agua sirve para hacer limpieza...” explica Sandra. Mientras purifican el agua del pozo con zapos y plantas, tratan de enseñar a la gente a hacer filtros con arena, carbón, guarzos... para reusar el agua. A pesar de la escasez de agua, enseñan métodos permaculturales para hacer huertos. “No hay que prohibirse hacer un huerto, pero hay que saber donde ponerlo y qué plantar, porque hay verduras como las lechugas o las acelgas que necesitan mucho más agua que otras”. “La tierra no es tan buena, pero se arregla con los excrementos del burro y con aserín”, cuenta Roberto. Poco a poco, “con el ejemplo”, la gente se está convirtiendo al baño seco, que permite ahorrar mucha agua.
Mientras los raros vecinos que tienen la luz la reparten a otras familias, que gracias a un remarcador pagan al mes exactamente la cantidad que consumen, se está pensando en implementar la energía eólica. “El viento aquí es ideal para instalar un molino”, asegura Roberto. Ahora, ya encontraron un alternador, y están buscando material para construir la torre, cuyo sitio todavía no es decidido.
Para Airepuro Marion Bastit