Hay voces crecientes dentro del gobierno, afuera, e incluso ex personeros que culpan a la demora de aprobación de proyectos energéticos a la actual estrechez que estamos viviendo producto de la sequía. Estas voces suenan muy parecidas a las que escuchamos hace más de una década, cuando el entonces presidente Eduardo Frei dijo que “ningún proyecto de inversión se detendrá por razones ambientales”. Entonces, en plena crisis asiática sus palabras sonaban moderadas, aunque diez años después parecen una barbaridad.
Culpar a los ambientalistas por las demoras actuales es de una autocomplacencia infinita. Escuchamos a muchos economistas y especialistas en energía hablar de los problemas actuales, siempre mostrando al medio ambiente como una traba.
Todavía existe una simplificación respecto de quiénes son esos ambientalistas. Atrás quedaron los días de los hippies trasnochados. Hoy en día vemos gente preocupada por el medio ambiente desde todo lugar del espectro político; desde profesionales a trabajadores, dueñas de casa y estudiantes, la preocupación por el medio ambiente hoy es un tema transversal, y quizás una de las causas que más aglutina a la gente. Porque la mayoría de los chilenos entiende que no es medio ambiente versus economía, sino que el medio ambiente implica mejor economía. Esto, reflejado en las múltiples evaluaciones sociales y económicas que se han hecho a regulaciones ambientales recientes, como la norma de emisión de termoeléctricas. El sector regulado la criticó con dureza, sin embargo los estudios demostraron que cumplir estándares de emisión de clase mundial no alteraba la tarifa eléctrica significativamente (incluso una sequía la altera más).
Los estudios demostraron que los costos adicionales para los privados eran una fracción de los beneficios que tendría la ciudadanía por regular esos contaminantes. Entonces, el Estado y la ciudadanía entienden que no se trata de enfrentar medio ambiente y desarrollo, sino que es el desarrollo de pocos en desmedro del de muchos. Como el Estado es el que tiene que pagar la cuenta que deja la contaminación del sector termoeléctrico, lo lógico es reducir sus emisiones. Esta visión la he planteado en mis clases en el MBA de la Universidad de Iowa, Notre Dame, y North Carolina State. Y aunque el público podría ser escéptico, aceptan la lógica que detrás.
Ahora cabe preguntarse si existe algún momento bueno para tomar en cuenta el medio ambiente. Porque hace una década, con el tratado de Kyoto recién partiendo y saliendo de la crisis asiática, quizás se justificaba. Hoy con el precio del cobre sobre los 4 dólares, y sabiendo que eso permite extraer minerales de baja ley a un costo energético mayor, pareciera que este es momento de limpiar y no ensuciar la matriz. Cuando el Ministerio de Medio Ambiente anuncie la norma de emisión para fundiciones, que en el caso de Caletones equivale a casi 10 veces las emisiones de azufre de Santiago, ¿qué dirá el sector minero? ¿Pondrán en práctica sus políticas de responsabilidad social y apoyarán estas medidas, o harán lo mismo de hace una década cuando se opusieron?
Que quede claro, los problemas energéticos actuales no se deben a la demora en la aprobación de proyectos energéticos. Se debe al cortoplacismo en el sector energético desde generación, hasta transmisión y distribución. Máxima ganancia y mínimo esfuerzo. Echarle la culpa a un sistema de evaluación ambiental independiente por no aprobar malas ideas (como poner las centrales más grandes de Latinoamérica al lado de reservas ecológicas, o inundar nuestros tesoros naturales para especular con precios de venta del mercado spot) es de una frescura infinita.
Vijay Vaitheeswaran, corresponsal de energía y medio ambiente de The Economist, lo dijo muy claro: las crisis energéticas son crisis de precio más que de generación. En el largo plazo estos no van a bajar. Debemos acostumbrarnos a que la energía va a subir inevitablemente, que para los de mayores ingresos aún es barata, pero para la gente de escasos recursos es muy cara. En Austin, Texas, se puede pagar tarifa más alta, pero plana a 20 años en la cuenta de luz, si es que se elige energía eólica. O se puede optar por una tarifa más baja hoy, aunque sujeta a fluctuaciones por el precio del petróleo. La visión de largo plazo dice que hay que optar por lo primero, mientras que la de corto plazo hace más tentadora la posibilidad del menor precio.
Los gobiernos piensan en el corto plazo. ¿A quién le corresponde entonces la mirada de largo aliento?
Por Marcelo Mena
Foto: foroenergia.blogspot.com