En el documental
brasileño El veneno está en la mesa, Eduardo Galeano expresa un
sentir de muchæs latinoamericanæs: los gobiernos progresistas
también han traicionado a los pueblos. Apenas un ejemplo alcanza
para justificar esta afirmación y el elegido es el caso de los
agrotóxicos. Valga un ejemplo dentro del ejemplo: con miras a
cumplir su Plan Estratégico Agroalimentario 2020 el gobierno
argentino pretende instalar en Mendoza “el megaemprendimiento más
grande del mundo en materia de potasio”.
Sus presentaciones en
cloruro potásico y nitrato de potasio se emplean como base para los
fertilizantes. Y es que para alcanzar las metas económicas
propuestas se necesita profundizar aún más el modelo de monocultivo
de soja, a la postre esto le posicionaría como uno de los
principales productores de fertilizantes del mundo. El proyecto
minero será emplazado en las márgenes del Río Colorado el cual
nace en la Cordillera recorre cinco provincias argentinas y desemboca
en el Océano Atlántico, es decir atraviesa toda la Patagonia de
Oeste a Este. Desde SURsuelo, Fabián Chiaramello comenta que “el
proyecto de Potasio Río Colorado va a generar el fertilizante
destinado a los agronegocios brasileros que aportará aún más en la
deforestación del Amazonas. La ecuación es perversa: se construye
una megaplanta que consume cantidades de agua y energía abismales,
que puede tener consecuencias ambientales muy graves, para producir
un fertilizante que será utilizado para seguir profundizando el
monocultivo sojero que desaloja campesinos y pueblos originarios,
contamina con sus agrotóxicos, provoca desmontes, deteriora el suelo
y concentra cada vez más la producción”.
Así, mientras asistimos
a estas complicidades políticas legalizadas, en otras partes del
mundo se sanciona una vez más a Monsanto por su responsabilidad en
la intoxicación química de un agricultor francés. Con esto no
queremos reforzar esas viejas ideas de un “norte” civilizado y
democrático y un “sur” bárbaro y corrupto. Estas sentencias
solo nos demuestran que las corporaciones se maquillan para cada
ocasión: mientras en Estados Unidos y Europa ya se tiñeron el
cabello y hablan de economías verdes y servicios ambientales, en
América Latina, África y gran parte de Asia los discursos del
progreso aún no parecen estar del todo deslegitimados y los pueden
seguir usando.
Ninguna de estas visiones
pone en entredicho las bases netamente económicas sobre las que
camina el sistema y en cambio se enmarcan dentro del
neoextractivismo. ¿Otro neo más? La mayoría de las veces los
prefijos nos sientan bien: re, co, alter, anti, meta, trans… Pero
también están los otros, los que nos caen mal y parece que el neo
encabeza la lista mientras mega le sigue de cerca. Es una cuestión
de escalas.
Una de las figuras
principales de este modelo neoextractivista es el Estado, que según
el uruguayo Eduardo Gudynas “juega un papel más activo, y logra
una mayor legitimación por medio de la redistribución de algunos de
los excedentes por medio de políticas sociales”. El
neoextractivismo refiere más que a una actividad concreta a una
forma de extracción: todas aquellas actividades que remueven grandes
volúmenes de bienes naturales y (casi) sin mediar proceso son
trasladados lejos de la zona de origen. Minería, petróleo, gas,
represas, monocultivos (de cereales o forestales), agroindustria,
ganadería o pesca intensiva, etc. entran dentro de esta categoría y
logran seguir aumentando la concentración. De entre ellas la minería
es la que puede acabar con la mayor cantidad de recursos no
renovables en menor tiempo. Es la más insustentable. Sin embargo
esta actividad extractiva está en la cabeza de todas las agendas
políticas latinoamericanas: desde México hasta Argentina pasando
por Nicaragua, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Brasil y Uruguay (por
mencionar solo a los progresistas). Apenas El Salvador está
planteándose por estas fechas prohibir de forma permanente las
actividades mineras. En un país pequeño, tan densamente poblado y
con una fuerte escasez hídrica esa prohibición sería lo más
acertado.
Todo depende, como
dijimos, de las escalas. Aire, agua, tierra y energía son los cuatro
elementos fundamentales de la naturaleza y también los cuatro
elementos sobre los que el capitalismo avanza en estos tiempos a toda
velocidad. Y es que incluso si esa redistribución fuera real tampoco
se justificarían los daños sociales y ambientales que estos
megaproyectos dejan en los territorios: Ocupaciones (para)policial y
(para)militar, despojos, contaminación, abusos de todo tipo contra
las poblaciones locales.
Por estos tiempos el
concepto de territorialidad se está utilizando de nuevo como base y
sostén para defender física y teóricamente esos espacios que
habitamos. Jean Robert dice que “a lo mejor, muchos no saben que,
con ello, están inventando un potente concepto analítico nuevo para
hablar de una vieja realidad que tiene que ver con el cultivo, la
cultura, las costumbres y también la hospitalidad y, por supuesto,
la subsistencia, palabra deshonrada por el mal uso que le dieron los
lingüistas y economistas ‘de arriba’”. Un concepto parecido
podría ser el de biocultura, mismo sobre el que los pueblos
huicholes de México están reafirmando legalmente la defensa de su
centro sagrado en Wirikuta ante la minería y las agroindustrias. Y
es que está visto que para lograr una defensa integral de los
territorios primero necesitamos reconocer cuáles son los territorios
en los que se establecen esas luchas. El ideológico es quizás el
más profundo de ellos. Volviendo a citar a Robert, “lo que vivimos
ahora es el efecto de sueños de poder desproporcionados y de
omnisciencia desencadenados de sus ataduras tradicionales. Al caer
sobre la tierra como desechos, amenazan el sentido común de la
gente, que es percepción de la proporción, de la escala, de la
justa importancia de las cosas y de los límites de las fuerzas
propias. (…) Hoy en día, este contrario de la territorialidad se
llama desarrollo urbano y se enseña en las universidades como diseño
arquitectónico”.
Las resistencias no
cesan, no descansan y no paran de crear alternativas a estos modelos.
¿Cómo no hacerlo cuando incluso los tribunales internacionales
favorecen los derechos de las trasnacionales en lugar de hacer
prevalecer los derechos colectivos de los pueblos? Un rápido vistazo
sobre el más importante de ellos puede aproximarnos a una
conclusión: el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias
Relativas a Inversiones (CIADI) fue creado en 1966 como una rama del
Banco Mundial para fomentar el flujo internacional de inversiones. No
será muy difícil acertar a quiénes beneficiará en las disputas.
De las falacias del
neoextractivismo hay una que se sigue usando todavía hoy y no deja
de llamar nuestra atención: “solo se oponen pero no proponen”.
En este corto tiempo que llevamos escribiendo sobre bienes comunes
hemos presentado varias propuestas (de esas que para algunæs no
existen). Sin irnos muy lejos mientras en pleno siglo XXI los
pequeños agricultores siguen siendo quienes alimentan al mundo, las
agroindustrias -con un distorsionado discurso de fin de las
hambrunas-, solo han logrado sembrar desertificación, enfermedades y
especulación financiera.
Desde Grain nos recuerdan
que “reencontrarnos con la agricultura como arte, como camino para
la fructificación y como base de la cultura de nuestros pueblos es
un desafío clave para la humanidad”. Lo que nos dignifica es
nuestra capacidad de decidir sobre nuestras propias vidas cotidianas
y eso es un poco lo que se proponen desde los proyectos que buscan
reencontrar la armonía que alguna vez hubo entre humanidad y
naturaleza. Y no hace falta evocar imágenes de taparrabos para
lograr esos fines. Los huertos urbanos y la permacultura son
propuestas que se están trabajando en las ciudades y que valoran
ambos fines: sustentabilidad y autonomía. Un caso concreto se da en
las afueras de Buenos Aires, Argentina donde se atestigua un auge de
aldeas ecológicas. Ya el año pasado Boaventura de Sousa hacía un
buen resumen sobre las conclusiones a las que se llegaron desde la
Cumbre de los Pueblos (aquella que se dio en paralelo a la oficial
Río+20). “Primero, la centralidad y la defensa de los bienes
comunes de la humanidad como respuesta a la mercantilización,
privatización y financierización de la vida, implícita en el
concepto de ‘economía verde’. Entre los bienes comunes están el
aire y la atmósfera, el agua, los acuíferos, ríos, océanos,
lagos, las tierras comunales o ancestrales, las semillas, la
biodiversidad, los parques y las plazas, el lenguaje, el paisaje, la
memoria, el conocimiento, el calendario, Internet, HTML, los
productos distribuidos con licencia libre, Wikipedia, la información
genética, las zonas digitales libres, etc. (…) Segundo, el pasaje
gradual de una civilización antropocéntrica a una civilización
biocéntrica (…) Tercero, defender la soberanía alimentaria (…)
Cuarto, un vasto programa de consumo responsable que incluya una
nueva ética del cuidado y una nueva educación para el cuidado y el
compartir (…) Quinto, incluir en todas las luchas y en todas las
propuestas de alternativas las exigencias transversales de
profundización de la democracia y de lucha contra la discriminación
sexual, racial, étnica, religiosa, y contra la guerra”. Un
panorama parecido se presentó este año en la Declaración de la
Cumbre de los Pueblos de Santiago de Chile en la que se propuso
recuperar derechos y bienes naturales, promover el paradigma del buen
vivir, trabajar por la autogestión, la autoorganización y la
soberanía alimentaria.
Las luchas y resistencias
en las calles han sido y son necesarias para afirmarnos en los
territorios. Gracias a este tipo de acciones el pueblo oaxaqueño, en
México, logró detener el megaparque eólico Mareña Renovables que
quería instalarse en el Istmo de Tehuantepec. Gracias a las alianzas
que se tejen con medios digitales muchas de estas luchas se
multiplican. En los últimos tiempos asistimos día con día a
manifestaciones virtuales en apoyo a legítimos reclamos en
territorios más o menos remotos (casos Dragon Mart Cancún, ciudades
modelo en Honduras o Shell, culpable de contaminación en Nigeria,
etc.) Pequeñas acciones, algunas que incluso vienen desde las
administraciones públicas y todas ellas nos parecen bienvenidas, una
vez más por la escala en la que se dan y por su replicabilidad.
Cada quien desde sus
espacios de conocimiento están aportando a la construcción de
alternativas posibles, deseables y palpables de sus formas de
entender el Buen Vivir: ese concepto amplio y generoso del que nos
gusta sentirnos parte y que incorpora pluralidad, plenitud,
convivencia, armonía… Para empezar a definir(nos) siempre ayuda
recordar lo que no es. Estas propuestas no son un remiendo del
“desarrollo lineal e infinito”. Para Rebecca Hollender
precisamente “la viabilidad del Buen Vivir viene de su capacidad de
ir más allá del crecimiento económico como sinónimo, mecanismo e
indicador del desarrollo y de aceptar la realidad y limitaciones
físicas de los ecosistemas y el carácter finito de los recursos
naturales de nuestro planeta. Su viabilidad, igualmente, viene de su
capacidad de reconocer que la diversidad no solo es importante en la
Naturaleza, sino en nuestras sociedades y culturas también”.
Todas las alianzas
posibles son bienvenidas. Todas las complicidades también. El hecho
de lograr flexibilidad y respeto como partes necesarias de la
ecuación nos ayuda a construir alternativas desde lo local,
vincularlo con lo regional y llegar hasta lo global. Retomando los
ejemplos arriba citados, si los medios digitales llegaron para
quedarse bueno será entonces que sigamos promoviendo la unión y
solidaridad de esos espacios que permiten que pequeñas acciones se
reproduzcan geométricamente con los altavoces de la Red. Eso y que
“con un solo click” salvaremos el mundo no son sinónimos, pero
tampoco creemos justo denostar estas acciones que aportan a una
(tantas veces) aclamada amplificación de legítimas demandas. Hoy
más que nunca están al alcance de nuestras manos. Elegir dónde y
qué consumimos o qué compartimos en redes sociales son todas ellas
acciones políticas que por pequeñas que sean aportan a “ese
cambio que queremos ver en el mundo”.
Si volvemos a esto de los
prefijos nos quedamos con las micropolíticas capaces de incidir en
las macroestrcuturas para recrear alternativas vivibles.
Ecoportal.net
Fuente : Sursiendo