miércoles, 15 de diciembre de 2010

La plaza Los Dominicos y el sofá de don Otto

Cuando sorprendió a su mujer besando apasionadamente a su amigo Fritz en el sofá de la casa, don Otto tomó drásticas medidas y vendió el sofá. Para combatir la delincuencia en el sector de la plaza Los Dominicos, Francisco de la Maza, alcalde de Las Condes, plantea como solución la instalación de una reja perimetral, propuesta amparada en la lógica elemental que dice que la mejor manera de no convertirse en víctima de un asalto en una plaza es impidiendo el acceso a ella.  

En las ciudades chilenas la falta de imaginación se suple con barras de acero. Como si se tratara de un exitoso reporte policial, el señor alcalde infla el pecho y señala con todo orgullo que en su comuna ya hay tres parques tras las rejas, que estos son lugares seguros y limpios, y que donde hay tres perfectamente caben cuatro. Olvida un pequeño detalle: los tres parques enrejados -Parque Araucano (25 hectáreas), Juan Pablo II (7,6 hectáreas) y Padre Hurtado (87 hectáreas)- poseen superficies harto mayores que la plaza Los Dominicos, siendo lugares donde la vigilancia y el mantenimiento resultan bastante más complicados que en una plaza donde la seguridad puede abordarse por otras vías, como el aumento de la vigilancia policial, mayor iluminación, o con un diseño y actividades que inviten a la apropiación del espacio público por parte de los vecinos.
La mujer de don Otto nunca más lo engañó…en el sofá. Para los maleantes, la colocación de una reja perimetral sería lo mismo que la venta del sofá para Fritz: se prohíbe el acceso al lugar del delito, pero éste puede trasladarse fácilmente a otro escenario. La experiencia dice que la colocación de rejas alrededor de espacios públicos no hace que la delincuencia desaparezca, sino más bien que ésta se redistribuya. Es más, la reja a veces facilita el actuar de los delincuentes, estableciendo un obstáculo entre la víctima y las personas que podrían socorrerla, obligadas a hacer un largo recorrido hasta la puerta de entrada para prestar una ayuda que en estas condiciones siempre es tardía. 
Allí donde se acaban las ideas empiezan las rejas, manifestación metálica de la jaula mental de una sociedad que entiende la ciudad como un mal necesario, y no como un espacio que antes que nada se creó para el gozo y la interacción con los demás. Parte del problema es que de la Maza tiene bastante compañía en su cruzada enrejadora. Con el voto favorable de representantes de  todas las bancadas, ya está lista para su aprobación una ley que facilita los mecanismos para cerrar calles y pasajes que hoy son bienes de uso público. Vivir en un barrio enrejado hace rato dejó de ser un gusto exclusivo de los sectores más pudientes, y desde hace un buen tiempo la gente bienpensante del país vive encerrada en guetos de ladrillo a la vista convenientemente denominados comunidades. En el caso de Los Dominicos, la decisión final –siempre al final- la tendrán los vecinos, de cuyo criterio depende que el resto de los santiaguinos pueda seguir disfrutando de una plaza que jamás necesitó de una reja ni puertas para transformarse en el agradable lugar que hoy es.


Para Airepuro 
Rodrigo Diaz de Ciudad Pedestre